miércoles, 12 de junio de 2013

Mi Álamo negro

Tomé una situación cotidiana, que quizás en algún tiempo deje de serla. 

Abrí el portón, ese mismo de hace años, con el que crecí pateandole pelotazos, usándolo de arco. Las medidas se prestan perfectamente para entretenerse un rato, sobre todo en aquellas eternas tardes de cualquier estación, junto a mi hermano; que entre charcos, bicis y barro caía la fria noche y el llamado de mamá, para que nos bañemos y estemos sentados en la mesa con papá.
Me senté en el lugar donde solía estar el álamo negro. Ese árbol estaba al costado del patio, pasaba quizás inadvertido. Tal vez por mi edad, o por el hecho de que estuvo ahí desde que tengo los primeros recuerdos de mi casa, solía prestarle poca atención. Incluso en aquellas tardes de verano, tirado en el piso, rompiendo los pantalones en las rodillas, por jugar con mis perros o a las bolitas. Siempre bajo esa sombra que jamás volví a sentir.

Ese árbol se secó hace seis años, creo. Aún hoy, recreando el patio de casa en mi cabeza, lo imagino con ese álamo, en verano y dándome de esa sombra.
Todo lo que me llenó y curtió mi piel, esta tan vivo dentro de mi, aún cuando la realidad busca engañarme y hacerme creer que no está. Mis sensaciones vuelven a jugar con mi mente y me hablan de la eternidad en mi alma. De esas tardes, de todo lo que me llenaba y hoy también me llena, como ella.