Los ojos opacos, los párpados pesados, las manos independientes de mi. En la nuca el golpe de un garrotazo.
Su fuego se apagó y el mío aún sigue quemando, perdí el control.
Me refugio solo en el silencio, evitando las preguntas y explicaciones. Me quedo con mis sombras y muertos, que salen a dar vueltas conmigo.
Quisiera que este frío apague las llamas, que queman más al recordar cada palabra suya, esas que hoy ya no dice, pero alguna vez oí.
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