Empiezo una conversación con alguien, hablando de cualquier cosa, intentando escaparle a esa nube que me persigue.
Es inevitable no tener su nombre en la punta de mi lengua, o de bromear con algo que solo ella entendía. Me quedo sin palabras y siento una especie de calambre que va desde la nuca hasta los pies, subiendo y bajando, para terminar con otro suspiro. Otro más de los que parece, me tendré que acostumbrar.
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