sábado, 13 de julio de 2013

Era todo tan anunciado, que tuve tiempo de saber cuanto más me podía equivocar.
Enredando las cortezas de mi cerebro en las ramas de algún arbol de cualquier plaza; persiguiendo los días que me perseguían. Guardandome cada rayo de sol que se filtró en la arboleda. Esbozando la mueca que caiga mejor a todos, para mantenerlos conformes por preguntar. Soplando ahora, el aire que llenó mis pulmones. Poniendo de frente mi cara al viento, que hacía remolinos con las hojas mientras yo los hacía con mis fantasmas.
Un día escuché por primera vez el mar, en plena soledad. Ese mismo que no recuerdo, pero solo por saber como se oye, puedo saber que es real. Y que seguro, mis ojos curiosos no buscaron preocupaciones; se agrandaron igual que hoy, mirando al horizonte, esperando alcanzar a ver tierra del otro lado. Ese momento elegí guardarlo como en un dibujo, azul el agua y el cielo, que solo los separe el curso de las rayas mal pintadas.
Y aunque hoy no quisieron darnos azul, nos dieron celeste y las nubes que flotan en el este. Mientras miro para arriba, me pregunto si lo estaré cuidando bien. Ya no existirá otro regalo tan inmenso.